jueves, 14 de diciembre de 2006

GRIMORIO DE LAS MUSAS







GRIMORIO DE LAS MUSAS


BY
OMAR GARCIA RAMIREZ
2006



Escritura automática,supramecánica, mitopoética e hipnótica,para convocar a las musas dormidas en la ciudad del Maya Denso. Solo con sus cabelleras brunas y doradas ondeando en nuestras lanzas, valdría la pena el tormento de la fiebre.



GRIMORIO DE LAS MUSAS
(Soliloquio del Mago Ebrio)
I

La musa
Venía divagando en violeta musical, semifusa ondulada de la noche.
Un poco ofuscada por lo del poeta...
Más bien alta, más bien morena.
La musa venía gótica de negro y rojo.
Diadema dorada en la frente,
clásica la musa, demudada, transformada,
transmutada, en orquídea de una selva lujuriosa
donde el jaguar que saltaba entre los charcos
y arrasaba con raíces y lianas
dejaba una senda de oro luminoso.
(El jaguar, se debe anotar,
había escapado del circo y bebido una solución lisérgica
en el sobrero de un mago
).
Era eso lo que le molestaba.
–Ella..., de sueños tan altos
salir a tomar el soma en ciudad tan ordinaria–
A beber la sagrada sabia del cactus de neón.

“La poesía estaba desvirtuada”
y ella se creía la poesía deificada,
la Ofelia sin tiempo.
Pero los críticos estaban con lo de la poesía de la imagen,
la poesía virtual; obsesionados con algunos software de computación,
deslumbrados por algunos pequeños efectos tipográficos,
cierta kinetografía en la red–.
Ella, que no era ninguna tonta,
(por algo era una musa diferente, lo sabía).
Afirmaba:
“La poesía está virtualmente desvirtuada, pero no esta muerta.”

Ese amargo paréntesis,
venía como un tiempo ajenjo que escurría desde el cielo,
que rompía los relojes,
que desataba tormentas
y mojaba los gaznates de los marineros
con música de maderas golpeadas en los puertos,
que hacía esperar a las mujeres de la noche
morigerar el sueño rojo de los aduaneros.
Una nube gris
desgranada en aguacero,
rompíase en gota dura,
ruido húmedo de un pañuelo sobre el sombrero jIpIjApA,
bostezo de mariajuana que dejaba una estela de kilómetros de fuego.
Acción presentida y destilada que salía de un tiempo
de un acabose, de un cataclismo,
sueño de muerte lúcida
que había sucedido en aquel oscuro temporal
cuando el carnaval le había tentado a emborracharse.

Ella, la musa portuaria
había bebido en algunos cráneos ilustres,
había creado algunas imágenes abstractas
y algunos símbolos memorables,
ahora caminaba junto a un poeta-atleta,
(atleta de la luna es el poeta que proyecta su sombra, la ve caer sobre el neón; el neón líquido con su aliento verde-azulado que impregna las esquinas; relampaguea sobre las tejas de la acera, calienta el aire con lenguas de fuego que lamen los cristales. Como el tiempo que da un fogonazo de eternidad a una herida que esta ahí, desde el principio. Arponero de piedra selenita, pescador de mantarayas en el fiordo.)

–El poeta que sobrevive en la ciudad es un atleta, por eso no requiere de estadios para ejercitar sus piernas. Las calles son veloces y pesadas, y poeta que se respete, salta obstáculos sobre la avenida de los Golems–.
Nota: “No todos los golems son mecánicos, algunos tienen cara de poetas. No todos los que marchan con una musa mecánica, son poetas. Algunos son verdaderos Golems.”

II

Mira mi tempo.
Siente mi tempo.
caballo que galopa al cielo roto
y tiene por corazón un sol al fondo.
fetiche de fuego quemado por el vendaval.
Ese silencio
que viene antes del paso a la cima, sin oxigeno
y que el montañista lo siente en su sangre espesa,
en el tambor de su corazón.
Alegoría-Susurro, al borde de la oreja.
Como un desfallecer, como un caer,
desde el puente
donde mora el silencio de los vientos del norte.
El grito del poeta-atleta se escucha,
cansado de trotar su maratón a fondo,
al filo de la noche.
–caballo azul con jinete rojo.
Galope y grito sobre el puente quebrado–.

“Imploxionar desde los sentidos
desde el fuego,
desde el calor que se puede sentir
bajo la herida fecunda en la palabra
así podemos morir amortajados en el hielo”.

III


Tu cara es algonquina y lenta como la nube más bella,
mensajera del humo
que canta sobre la pradera del horizonte.
Tu cara es contorneada por un delgado silencio,
luz que flota
alrededor de tu voz.
Tu cara es italiana y berebere.
la cabellera austriaca como las que pintara klimt,
dorada y melancólica,
dorada y mittlenests.
Tus manos,
pequeños cofres llenos de caricias aladas
prisioneras en sortijas de plata
y cuando levantas la copa de vino rubí liquido
se hacen largas y blancas
como las de una condesa de lejano castillo,
bañada en la sangre ácida y la leche azucarada
de dulces ojeras adolescentes.

Musa que cambias de color de piel.
–Serpiente que repta sobre mi columna
y dejas tu viejo abrigo en la ventana de mi cuarto–.
Vestal negra,
vestal de Buena Ventura
vestal morena
vestal latina, tu cuerpo de apergaminado grimorio,
fina mixtura de papel y seda
en la edad de la cintura prieta.
Libro que arde en beso de onix
sobre el que convoco a todos los sentidos.

Las calcáreas clavículas del viejo Salomón
se extienden y retuerce en el fuego
salpicado de incienso y eucalipto.
Tu capa negra y cabellera de fuego castaño
Giran livianas en la noche.
Emanaciones de la diva gótica,
la que venía con armadura de luna
y un beso vodka-crudo en la boca.

La musa venía a la batalla
alegre, cantando una sonrisa.
La musa venía de combate
a medio pelo
entre mística y mundana.
La musa venía en el crescendo de la orilla,
sobre ola de un crespón azul-espuma.
Se alcanzaba a percibir en su aire clandestino
que la musa estaba expatriada,
exiliada estaba la musa
Ña Musa Musaraña , keratinoso pelo de Araña
enamorada
amancebada, encurdalada
de un marinero,
de un tahúr del mar de los zargazos,
diletante de la mar salada,
que la guardaba de contrabando y la hacía cruzar fronteras,
sin documentos ni cartas de presentación.
Poeta en el exilio del río de la plata.
Con su alijo de versos en la bodega de su carabela.
Venía cuasi-virgen, cuasi-vegetal,
tocada en madreselva victoriana,
Maxesnerstiana enredadera enteógena de Europa,
–Claro está, después de la lluvia–.
Que había salído indemne,
del infame fuego que había decretado Morguentau
sobre la condesa alemana.
Venía con su boca semiabierta,
almibarada y fresca....
llegaba sin permiso y se instalaba
en los arrabales porteños de los soñadores del opio
y sobre la frente
de los refugiados del terrible sueño.

IV

Voy a tener que olvidarme de la musa,
Voy a cerrarme a sus cantos de sirena
y a embriagarme de absenta en el puerto con monsieur Rimbaud.....

No se que piden los señores de la poesía.
La poesía esta sellada como un beso druida melancólico
que ha perdido sus secretos, que ya no tiene oraciones.
Solo abre sus trémulos labios y sus muslos blancos
al solitario tallador de sueños,
al infame burlador de frenocómios,
al asaltante de droguerías y supermercados,
al insomne prometeo de las cuartillas ajadas.
La musa Diva-GótiKa
Estaba de levante en la refriega, en el Lepante de la vía,
No daba su brazo a torcer y soplaba su armónica
venda-vandalia de noviembre,
ahorcajas sobre la sardina patinada en rosa
y su voz de metales enronados
susurraba al oído del marinero que la magreaba a la salida de una taberna.
Cristal del oleaje, canto de quebrado cántaro.
Faro ebrio y ciclópeo que ilumina
al mago mineral en el camino.
Absoluta ensimismada
desde la piedra negra del fiordo.


Su corazón de basalto,
al parecer, ya no guardaba nada... Para para nadie.

V
(REZO)

Guárdame señor de las musas impenitentes,
de las simuladoras... de las que dicen amor y creen haber aportado una sortija-baratija
sobre la boca eléctrica del poeta
que se sumerge en las aguas heladas del río.
Guárdame también de las musas
adoradoras de legionarios extranjeros,
De becerros de oro,
de las filoamusadas,
De las hieráticas tocadoras de la cornamusa
en las puertas de Babel.
Guárdame de las que agitan agrias alas
al centro del corazón
intentando darte un aire y un respiro de
aves negras.

También de las gatas
que se contorsionan contra las columnas de granito
sobre las que se erigen imperios,
se fundan dinastías de ignominia y templos de silencio,
hieródulas
que ofician con sus aires menstruales
en los diarios del señor presidente.
De las del galardón tatuado, guárdame.
De las de culo en péndulo
y gran yoni velludo teñido de índigo.
De las buchiplumas
con escarabajo egipcio tatuado en la cadera
(alacrán azul, sobre el seno plástico descubierto).
Guárdame señor de las oscuras musas sordas,
De las ciegas y simiescas musas, señor guárdame.
De las goyescas musas de discoteca, verbena y carna-baal
de las musas alejandrinas, cazadoras de la fama rápida
de las que saben cruzar las piernas
mientras miran al fondo;
se ríen de tu cara tatuada a la gitana
por años de no comer bien
y trasnochar bajo la lona terrestre
y afilan cimitarras en los cuarteles para ver correr
la sangre fresca del profeta.

Guárdame de las hechiceras sin arte,
de las druidas volcánicas de besos de lava,
que solo buscan dejarte con tu cara pompeyana
bajo la calcinadacera de la alameda.
de las que cruzan sus largos dedos albinos
sobre una cabeza de rizos negros
en la bandeja de plata,
mientras la música,
da un rodeo
sobre la adiposa barriga del sátrapa protector.

Cuida mis denarios, mis dracmas, mis fullas,
mis céntimos de salario, mi pasta del hambre.
No dejes que en la vía me aborde la musa fakírea,
la estrambótica y apergaminada china,
la balinesa miniada de ojos de rinohipnomanía.
La mercenaria amazona del seno robusto
y carjak de venablos envenenados en la espalda.

Deberé colgar sobre mi cuello,
amuletos persas y cananeos
sangre de gallos africanos,
betún-grasa de dragón de Sonda y de Komódo
plumas de tliuntlenzentlonzi, cortezas de Benjimaak
y otros aderezos no sanctos contra la musa vampira
la transfusionadora transilvanita.
Cera de abejas de Mauritania en los oídos
cantos de caracol quebrado
licor de caña y petróleo en la garganta.
Mi lamento será solo silencio
mientras amarro al potro desbocado
con lianas y cortezas negras
al mástil de los sueños.


VI
(CONSEJO)


Dejando a un lado lo anterior
debemos reconocer que;
Pasar sin musas, por el mundo,
es para el poeta una afrenta de canción mutilada.
Sin una musa que te corte el cabello y acicale
después de largas retiradas a los bajos fondos;
¿Quién preparara el filete de cordero
y cambiara tu agua municipal por vino de Oporto?
Pasar sin musas, es la muerte para el poeta de los suburbios sifilíticos, en donde la sangre hierve bajo el vino encendido. Las musas mercenarias, a veces reconcilian al poeta con la noche y muchas veces, las bellas calman el sofoco de ombligo, de las ingles ácidas; la sudoración de equino en el verano. Quijada de marsupial después de haber sido herido por el colono en la selva, (selva llena de fantasmas que brincan; cazadores de cerbatanas más veloces y lacerantes que los gendarmes de la maldita capital.)
Pasear sin musas a quien susurrar un verso de piel;
aguerrido y doloroso,
beso-aguardiente, quemado en madera de naufragio.
No deberían los poetas pasar sin musas, debajo de los puentes altos cerca al Sena; no, sin musas por la melancólica Roma cerca al barrio de la judería, sin musas no quedaría nada de aquellas correrías. Sin la lujuriosa musa holandesa, desaparecería la melancolía y entonces, ¿qué sería del brillo del tranvía, del vapor de la estación, del frió de la madrugada, del capuchino en la barra, del Chianti en la trattoría?;……


Sin la musa,
no aprenderías el alto koan de la montaña andina…
no escucharías la flauta de la selva del trópico
quemado con sal de sudor verde en las costillas.
¿Qué sería sin tu musa famélica,
del sabor a trigo;
pedazo de pan fresco que le robamos a la vida?
¿A quién la dulce mentira, sin las musas?
¿A quién, pensándolo bien, esbozar proyectos
y sueños irrealizados e irrealizables?
Y auscultar cicatrices
y trompas de Falopio. ¿A quién mirar y leer las manos?
Heladas, sin guantes en invierno,
las sudorosas manos del verano.
¿Quién tocara con cariño tu sienes
y te coronará de laureles?
¿Quién escuchará este largo poema-diatriba-soliloquio
sin apenas entender nada,
con el corazón enzarzado y enlianado
en una selva de misterio?
¿Quién te dará un largo beso y te dirá:
“Bueno, calla… comencemos...” ?

LOS BESOS

Los besos helados que nos da la vida.
Los beso de sangre que nos da la muerte.
Los besos de tierra quemada
y lodo rojo que nos da la locura.
Los endulzados besos de la musa besadora,
la besamanos,
la chupadora, la lamedora,
la dulce vampira de cartílagos delgados
hilos alquitranados fraguados en la luna.
que disfruta de tu babia y de su sabia, y de tu rabia.
Esos besos de la musa con lengua en torniquete,
que te rompen las palabras,
que te dejan mudo dentro de la cama,
que te dejan sin aliento,
para llamar a las ballenas
que flotan
acariciando sus lomos contra el aire del puerto,
que no te dejan levantar para aporrear a las cuartillas,
para podar los árboles y los ramajes;
la frondosa yerba donde picotean
los pájaros nerviosos y argentados de los poemas.
Los pájaros amargos que soltó el mago del tercero después de su última borrachera.
Los que temblaban de frío en la madrugada
sobre los hilos del teléfono.

La boca que te deja sin machete
sin el filo, voz de navaja en cuello,
besos de vino dulce,
como los que recibí una vez en Oporto, cerca al barrio de los alquimistas.
Besos de cobre oxidado con sabor de metales griegos en la punta de la lengua. Besos de sangre menstrual que se confunden con el vodka y la ginebra y que hacen levantar la potra y meterla al ruedo y galoparla hasta el fondo de la pradera nocturna.

Todos los besos de las musas saben a gloria
y están lubricados
con saliva de eternidad.
Por uno solo de ellos muere un gladiador,
un boxeador es noqueado bajo los reflectores de la arena
y un gran mercante pierde su fortuna.
De esa misma manera,
un gran poeta puede morir en un inquilinato,
acuchillado, sangrando por la boca.

Esa boca muda.
Esa mano sin venganza.
Ese poema sin beso de papel.
El beso
que a veces nunca llega,
de la musa que se espera
con su corona de laurel.



-El vértice-

Vértice negro minimalista.
Vértice rojo irlandés con lianas tersas
y agua de piedras negras a manera de rocío
sobre tu nido golondrina.
Vértice blanco de arena. Japonés y zen....
–Al centro ardiendo, la piedra del Fujiyama–.
Vértice tatuado sobre lomo de un delfín
como un triangulo de Riemann en donde la
geometría euclidiana no forma, arte ni parte.
Vértice oscuro de labios rojos que cuelgan como un brezo.
Que se abre como un melocotón maduro.
45 gramos de pulpa carnosa.
Vértice rosado, en ángulo extenso de 3.200 vellos púbicos,
ciento veinte posibilidades de besar al centro, el meridiano.
Beso polaco encabritado, misil de vodka envenenado.
Vértice latino- andino- ladino
Ceca al nacimiento en la laguna,
lengua trucha-rosa encabritada
sobre la cascada de los negros líquenes
Vértice del pescado fresco,
del yogurt fermentado
de la anguila, la morena,
del cachalote salpicado de cierta sal,
cierto amoniaco,
salsa de ajo preparada por la pescadora,
mujer de mar en agosto,
con las piernas abiertas bajo la red.
Vértice punto “G” del no retorno,
herida del mundo,
dolor del poeta sin Musa
talismán del derrotado, que corre a él, como a la luna.
Búsqueda del centro mismo de la vida.
acuática musa de la nada.
Congelada, nocturna y geométrica criatura besada
de los elementos.


-A LOS POSTMODERNOS-

Si mi musa me ama.
Yo amo a mi musa.
Mi musa y yo nos amamos.


-A LOS VISUALES-

MUSA
Que me dejas sstititritando después de que me usas.
Déjame un voca-blo
un beso bacalao con sonante caperuza

-MINIMAL-

MINIMAMUSA
AMUsaMINIMAL
ANIMAL IMAGINARIO DE POETA



-Para Los Críticos Lúcidos-

Un poema a las musas, sin palabras;
sería solo un beso imaginario
ya que las musas no existen
–o al menos dejaron de existir–.
El poema
para dar cuerpo al sueño, a la criatura extinguida.
Con palabras convocarla
poema inexistente.
Cristal roto por una bala-quimera.
Poeta coronado por un verso transparente.
Musa que no llegó nunca, y tal vez nunca llegará,
para besar a ese iluso
conquistador del sueño
con los laureles del silencio.


Omar García Ramírez

2006

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